Políticas culturales, una asignatura pendiente …

Debe trazarse una estrategia que vele porque el producto que se comercialice sea genuinamente de calidad, identificativo de la legítima cultura y no promover el mal gusto, la mediocridad o el mercantilismo banal.

La política cultural entre sus objetivos fundamentales debe dedicar atención a los procesos de circulación y recepción de los productos simbólicos (obras y servicios artísticos).

No se trata de que el Estado se dedique únicamente a este fenómeno ni a oponerlo a las políticas privadas. Se trata de ponerse a tono con los nuevos tiempos y lograr una participación activa y democrática en la selección de lo que va a circular o no, de lo que entra o no en la agenda pública.

En los momentos actuales y en el contexto cubano con la apertura de las nuevas formas de gestión no estatal, la creciente producción y difusión de estos bienes simbólicos va ensanchando la fisura entre los consumos de elites y de masas.

La mejor política de cada cultura es aquella que fomenta la producción desde dentro, lo que llamamos procesos endógenos, sin hacerse eco de lo foráneo como reproducción. Las industrias culturales no son solo las grandes empresas, son también lo que circula, se produce y consume en la vida del hombre.

En el caso de las Artes Visuales, terreno donde convivo cada día, ocurre algo similar a la promoción y circulación de la música que se difunde en discos y otros soportes: las obras pueden ser reproducidas en diferentes formatos y con precios más asequibles, y es aquí donde se produce la confusión a la hora de comercializar un producto artístico. Muchas veces se piensa en vender más y no en vender lo mejor y más valioso de la cultura de nuestro pueblo.

Otro aspecto importante en este sentido es la aprobación legal de vínculos con otros circuitos del área, con países cercanos en cuanto a idiosincrasia y cultura se refiere. Lo que puede hacer cada nación está entrelazado con lo que se pueda hacer con los otros, creando fondos para producir industrias de cultura a escala latinoamericana o iberoamericana.

Para llevar a la práctica lo anterior queda mucho por recorrer. Por ejemplo: las instituciones cubanas, al menos en los contextos provinciales, no cuentan con presupuesto diseñado para estos fines, lo que impide una promoción real y efectiva del Estado como mediador de los procesos para insertarse en mercados en el mundo, dejando esto a los creadores de forma independiente.

Me pregunto, ¿qué papel juegan las instituciones hoy en Cuba en cuanto a política cultural se refiere? Hasta este momento para que una institución, digamos, una galería de artes visuales, pueda participar en una feria, una subasta o simplemente en una muestra fuera de Cuba, tiene en primer orden que ser invitada y después costearse todos los gastos los gestores del proyecto o los artistas en cuestión. Entonces, ¿para qué sirve la institucionalidad?, ¿qué representa y a quienes? No hay un presupuesto institucional que permita dinamizar proyectos de colaboración en el campo cultural y si existe no es bien utilizado.

Los decisores de políticas culturales deben de conjunto con las leyes (legislación) trazar una estrategia que permita no solo identificar aquello que es bueno o malo para su comercialización, sino quién y qué se comercializa. Les corresponde velar porque ese producto sea genuinamente de calidad, identificativo de la legítima cultura y no promover el mal gusto, la mediocridad o el mercantilismo banal. Este es un aspecto con el que chocamos diariamente y del que estamos plagados.

Asimismo, debe potencial a las instituciones para que puedan hacer su trabajo desde dentro y hacia fuera, solo así estaríamos cumpliendo con el verdadero encargo de la representación y la promoción. Además, velar por la profesionalidad con que este se hace, fiscalizar y sobre todo exigir por el cumplimiento de su encargo sociocultural.

El Estado tiene la obligación de abrir espacios para la iniciativa personal o colectiva en aras de un mayor desarrollo de la producción de bienes y servicios, así como apoyar, financiar y fiscalizar toda la producción, recepción y circulación de estos productos, incluso los simbólicos.

En este sentido, todavía queda mucho que aprender y resultará una asignatura pendiente mientras no exista un legítimo liderazgo, permanencia e inteligencia para percatarnos que tenemos y debemos insertarnos en el mundo, que no quiere decir bajo ningún concepto ser globalizado ni mucho menos negociar principios éticos.

Añadir a favoritos el permalink.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.